Las reacciones a una reciente publicación de Amaya Coppens, y a los apuntes que de la misma hizo Mildred Largaespada, dan nueva cuenta de lo mucho que nos cuesta la reflexión madura para hacer introspección sobre las historias propias y ajenas, individuales y colectivas.
En su lugar, en Nicaragua a menudo se superponen las pasiones, temores, deseos o inclinaciones personales. Y eso hace casi imposible los debates colectivos en torno a las diversas posiciones existentes entre los grupos e integrantes de la llamada oposición a la dictadura del FSLN.
En mi opinión, sin embargo, el artículo de Amaya es una magnífica pieza para generar debate serio. Y el de Mildred también abona a ello. Ambos -al menos para mí- son válidos en tanto reflejan dos visiones de la realidad que no son excluyentes, aunque sí diferentes. Qué sepamos aprovecharlos, sin embargo, está por verse.
El escrito de Amaya, lo percibo como el desgarrador grito de desencanto de una joven que ha tenido una dolorosa y súbita pérdida de la inocencia. Una joven que con mucho de ingenuidad confió en “sus mayores” -algunos escindidos de lo que fue el mismo caldo de cultivo político, compartido por ambas- después de que estos se autoasignaran el papel de “líderes”, y que ahora considera que no han respondido a las apuestas o, lo que es igual o peor, a la confianza que junto con otros muchos jóvenes depositaron en ellos. Y tiene la valentía de decirlo como lo siente y piensa.
El artículo de Mildred también hace señalamientos válidos desde su perspectiva, aunque algunos de sus argumentos pueden percibirse como descalificaciones. La desvalorización de los hechos vividos y sufridos por Amaya y otras tantas familias y jóvenes, sólo ahondan la dificultad de identificar mejores caminos para entender el estado real de nuestras conciencias y realidades.
El análisis sobre los planteamientos de Amaya, adolece además, de perspectiva histórica y generacional, y, con ello, se pierden los puntos válidos sobre los que pretende arrojar alguna luz Olvida la edad de Amaya y el contexto en que se desenvolvió la rebelión de abril. Los reclamos de la joven son juzgados desde una distancia de doble edad, y desde alguien que tuvo el chance de procesar su decepción y tomar distancia de una época y actuaciones en las que también depositó su confianza por un sueño de cambios.
Lo anterior y el debate que se ha dado en las redes sociales plantea además la pregunta: ¿cuál es la gran diferencia entre estos jóvenes y aquellos que también de jóvenes, se vieron absorbidos por consignas como “El que no brinca es Contra”, “Dirección Nacional: ¡ordene!” y un triunfalismo que les hizo perder la capacidad de crítica y autocrítica frente a muchas acciones y comportamientos similares a los que hoy si condenan?
En su artículo Amaya explica sus razones y sus expectativas y, a la luz de los resultados visibles, da cuenta de su desencanto y dudas, sin aceptar la existencia de “vacas sagradas” ni renunciar a su capacidad crítica. Mientras que en el caso de los segundos esa captura de identidades parece permanecer aún latente en el subconsciente. De lo contrario deberían empezar asumiendo responsabilidad por sus acciones, actuaciones u omisiones de antaño que todavía nos persiguen, independientemente de que se hayan generado también por ingenuidad, concepciones de caridad cristiana o simple ignorancia política transformadas en fanatismo
Hasta donde sé, es en la capacidad de dudar que los seres racionales encuentran mejores perspectivas para entender la realidad y hacer el esfuerzo de transformarla. Y lo expresado por Amaya, da elementos para ello. Su dolor y decepción son válidos, y su mensaje es el de un sector de juventud, que se resiste a ser engañada y que ha identificado que los viejos liderazgos que buscan encausar lo que fue “un levantamiento espontáneo, nacido de la indignación y la ira, no de un proyecto político compartido, realmente no tenían tampoco una propuesta para un nuevo proyecto de nación. Antes bien, fue alrededor de esa rebelión juvenil que empezaron un camino de reacomodo que, a la fecha, y en el menos peor de los casos, no tiene más futuro que una versión nada nueva, pero si más peligrosa, de los viejos pactos que nos han marcado.
Amaya ya “descubrió” que aunque sus sueños siguen vivos, habrá que preparar otra manera del cómo concretarlos. Y eso, en la triste historia de Nicaragua, es un salto cualitativo.
Ticuantepe, 18 de febrero de 2021
Muy bien, Guadalupe.
Èstoy de acuerdo con tu anàlisis de la actitud de Coppens, para analizar lo que dice hay que situarse en lo sentido por esa generaciòn despuès de tantos sueños, confianzas y sacrificios que los han llevado a un desencanto muy justificado y que respaldo totalmente.
No he leìdo aùn a Mildred Largaespada.