Sociedad
EN EL NOMBRE DEL VIRUS
Por: Carlos Quinto Mientras a todos en el mundo nos iba bien o mal según nuestras circunstancias, desde China y sin amor, se desató sobre nosotros la más inesperada, artera…
LOS DIOSES QUIEREN SANGRE, EL MITO LO PROVEE
Por Simeón Rizo Castellón Me ha llamado la atención, picada mi curiosidad, y motivo de reflexión, en esta rebelión que se está produciendo en Nicaragua la presencia de tres palabras…
El perverso ciclo de repeticiones de la historia nicaragüense
Cada 40 años, casi la misma frecuencia con la que el país es sacudida por un terremoto, se produce también una erupción política que remece y puja por transformarlo todo….
Indígenas Mayagnas: los verdaderos dueños de Bosawas
“Los nombres originales de los cerros, árboles, ríos, animales y cuencas de Bosawas se conservan en lengua mayagna. Esa es la prueba de que fue habitada y cuidada por nuestros…
Gregorio Selser, el biógrafo de Sandino
La historia del periodista argentino que escribió la biografía de Augusto C. Sandino, un libro de culto para la insurgencia sandinista de los cincuenta.
Bluefields, frontera gringa
El cuarto huele a frijoles para inmigrantes. Cinco mujeres esperan sentadas a que los frijoles se frían para servir los platos de 79 inmigrantes que la policía atrapó en la…
Confesiones en la acera del Zumen*
Una mujer de 27 años busca trabajo en Managua y no encuentra. Busca, sobre todo, contar lo que nadie le ha advirtió que le pasaría cuando intentara sobrevivir: que le quedarían debiendo dinero en un call center, que un jefe la acosaría, y que iba a descubrir, pero al mismo tiempo esconder de su familia, su bisexualidad.
Amalia Morales
A los pocos minutos de poner el letrero: “Vení. Contá. Escucho historias”, a escasos metros de la parada del Zumen, al lado del Centro Cívico, se acerca una muchacha que trae unas enormes gafas que le tapan la mitad de la cara. Viste jeans, camisa verde polo, que le da cierto aire ejecutivo. Calza tenis. Le cuelga un bolso en el hombro derecho y trae un folder en la mano izquierda, se planta y pregunta que ¿qué es y para que es esto? Le contesto que se trata de un ejercicio periodístico de escuchar historias que la gente espontáneamente quiera contar. Sin rodeos se sienta y dice: “pues yo quiero contar mi historia”. Se destapa la cara, se pone las gafas como aro en el pelo planchado, y deja ver sus hermosos y ansiosos ojos. A partir de ahí la grabadora va a registrar 78 minutos de plática. Casi un monólogo, con una espectadora, la periodista, que a veces interrumpe para agregar un comentario, preguntar u ofrecer sorbos de agua que ayudarán a diluir los nudos en la garganta que ahogan y entrecortan la voz a esta mujer de 27 años que esta mañana de octubre, en esta acera de trámite, contará lo que nunca le ha contado a nadie.